Texto por Andrés Vélez Sáenz basado en escritos de Albalucía.

Albalucía disfrutaba de los ambientes naturales, sus paisajes, sus árboles, su colorido, sus movimientos, sus silencios y sonidos; sus “bichos” como cariñosamente llamaba a la fauna de insectos de todo tipo y condición; las aves multicolores, sus cantos, sus picoteos, vuelos y vistosidad; las iguanas, lagartijas; ranas y sapos; las flores y frutos que admiraba y saboreaba en todas sus formas, colores y sabores. Goce vital inspirado desde su infancia, que pese y/o gracias a las limitaciones económicas de una familia campesina, compensadas con inmenso cariño, le permitió alcanzar una visión del mundo enfocada hacia la búsqueda y comprensión de la diversidad, la libertad, la tolerancia, el respeto, la autonomía, el afecto y la gratitud, valores que cultivó y divulgó con su ejemplo y en su cátedra, siempre pensando que era posible construir espacios gratos y relaciones solidarias para hacer un planeta mejor para todos, siguiendo las lecciones de la naturaleza.

Albalucía Serna en El Rastrojito

Esa visión del mundo se fundamentó desde su temprana infancia tal como nos contaba recordando que “…  ésos primeros años de mi vida que de alguna manera recuerdo como felices, jugando al aire libre, bajo los árboles de café, en las quebradas y rastrojos, con la yegua, el caballo, la vaca y todos los bichos que acompañaban el día y la noche. Los juguetes eran los grillos y los cocuyos que recogíamos en cañutos de caña que papá nos preparaba; disfrutábamos y ayudábamos desde muy pequeñas (…) Para mí sólo hay juego, alegría, libertad, perseguir el ternero, buscar moras silvestres, coger guayabas y naranjas, meterse a la quebrada, recoger bichos, jugar entre los árboles, en los columpios o el mataculín que nos había hecho papá, escoger café para sacar la “pasilla” que era para las mujeres, esperar el parto de una vaca, ponerle nombre al ternerito, subirse a la yegua, esperar la “postrera” al lado de la vaca a la hora del ordeño, tomar la leche con plátano asado en las brasas, mojarse bajo la lluvia…” (ALS, Febrero 19 de 2015. Algunos Recuerdos)

Actitud de gozo con la naturaleza, alegre, festiva, amigable y sencilla, que no abandonó a lo largo de su vida, en sus viajes y en sus lugares de residencia y las proyectó en sus reflexiones sobre la ciudad, sobre sus espacios públicos y su relación con la calidad de vida y la convivencia de los habitantes urbanos. Al respecto indicaba que “…sin espacio público no hay ciudad.  Pero este puede ser pensado como el lugar de la circulación de los vehículos o como el lugar de encuentro y de vida ciudadana; como la autopista y el parquedero o como la calle y el parque;  como el “no lugar”,  o como un lugar de memoria lleno de significación para los pobladores del entorno; como el campo de juego y la cancha o como la zona verde para el descanso y la contemplación « ( ALS, El medio ambiente urbano, diciembre 04 de 1996) Bajo tal consideración reclamaba la participación ciudadana en el diseño de los espacios publicos de la ciudad considerando que  « Es posible educar al ciudadano para que asuma lo público como propio, para que valore el ambiente que proporciona el arbol, el jardín, el parque, etc.  Es posible promover nuevas actividades al aire libre que conduzcan a que el habitante use los espacios destinados a su disfrute, se los apropie, los defienda y los mejore cada día. » (ALS, 1996)

En su ámbito privado era ferviente admiradora de las plantas para propiciar ambientes que menguaran un poco la monotonía  y la agresividad de lugares de vivienda altamente densificados  y de ahí el cuidado permanente que daba a sus queridas « matas » Ese fervor por la vegetación natural logró  expandirlo en « El Rastrojito », pequeña parcela ubicada en el bosque seco tropical del municipio de Sopetrán, vereda Tafetanes, en el occidente de Antioquia, donde durante 36 años disfrutó al máximo el regalo permanente de una naturaleza  tan  desconocida  como pródiga en vegetación, frutas, aves, insectos, paisajes y arreboles, seguramente rememorando sus años de infancia  y compartiendo su alegría con la familia y con amistades, así como con las mascotas caninas que tanto  quería y alcahuetiaba. Tampoco pueden olvidarsen sus incursiones en la gastronomía, aprovechando los frutos del « Rastrojito » para preparar conservas y « guandolos » con la flor de jamaica, planta en la que se volvió una experta ; sus exclusivos esponjados y salsas de tamarindo, y las frutas deshidratadas (mangos, carambolos) que preparaba con la paciencia, consagración y rigurosidad que tanto la caracterizó en su vida académica. También, en estos años de contacto con la naturaleza volcó su gusto por la fotografía, enfocándola al registro especialmente de insectos vistosos, pero también de otras especies  como las iguanas, lagartijas, aves , así como de sus infaltables mascotas caninas que la acompañaban con regocijo, disfrutando de sus caricias y dádivas de « mecatos » con que les compensaba su grata compañía.

Cienpiés sobre flor de Jamaica en El Rastrojito

En recuerdo de Alba Lucía, agradeciendo su ejemplo de cuidado, goce y disfrute de la naturaleza, celebrando su alegría, como educadora, El Rastrojito era y seguirá siendo espacio de prácticas académicas para estudiantes y pequeña reserva natural. Los árboles y plantas que ella tanto quiso hacen parte de la biodiversidad olvidada y en peligro de extinción del bosque seco tropical.

AVS. Nov./2023